Publicado en el libro titulado: “Para no remar en la arena“, compiladora Vivana Dujovne – Ed. Letra Viva (2014)
En el intento constante de formalizar el trabajo que a diario el equipo de El Trampolín realiza con los niños que asisten a la institución, hemos trabajado intensamente la operación de la Identificación en Freud y Lacan, y nos detuvimos de manera exhaustiva en la Identificación a lo real del Otro real, sobre el modelo de la incorporación freudiana. Más precisamente, nos detuvimos en el primer tiempo constitutivo del Yo, pues muchos de los casos que el lugar aloja pueden pensarse como testimonios del fracaso en ese punto del proceso de identificación responsable del origen de la subjetividad.
Luego, nos introdujimos en el estudio de la cuestión de la agresividad en PSA, lo que nos llevó a los primeros textos de Lacan de los años treinta.
Lacan arriba a la formulación del Estadio del Espejo como convergencia de un doble camino de investigación. Por un lado, en su práctica médica psiquiátrica, investiga las locuras de mujeres: treinta y tres casos de los cuales extrae uno, el caso Aimée, con el que escribe su tesis sobre la paranoia, más su lectura acerca del famoso crimen de las hermanas Papin, al que dedica particular interés por tratarse de un caso de folie à deux. La otra vertiente tiene que ver con las observaciones de infans de entre seis y dieciocho meses, es decir, niños que aún no utilizan el lenguaje aunque estén «bañados» por él, para las que se apoya en estudios de la etología (por ejemplo, los trabajos de Köhler y Lorentz) y la psicología de la época (Wallon, Gesell, Bülher, por nombrar algunos).
Hemos aprendido en la experiencia analítica misma que la agresividad, verdadera aporía de la doctrina según Lacan, se demuestra eficaz a nivel simbólico cuando convergen la acción formadora del adulto sobre el niño, muchas veces violenta, con imágenes o imagos propios de estas intenciones agresivas. Son las que podemos reunir bajo el nombre de «imagos del cuerpo fragmentado» —castración, eviración, mutilación, destripamiento, devoración, etcétera—, que señalan la relación del hombre con su propio cuerpo. Esta eficacia se puede observar en costumbres sociales, como el tatuaje o la circuncisión; en la moda; en el juego infantil (desarticulación de muñecos, por ejemplo); en el arte (las obras de El Bosco), en los sueños… Vale decir que hay en los humanos la función imaginaria de una gestalt propia de la agresión que tiene eficacia simbólica.
El diálogo, o el discurso que hace lazo con otro, parece permitir una renuncia a la agresividad. Sin embargo, siempre fracasa. Y ese fracaso se debe, justamente, a la interposición del Yo, «núcleo de lo vivido pasional en el sujeto»[†] que opone su irreductible inercia. Ocurre que la agresividad es la tendencia correlativa de la Identificación Narcisista que estructura el Yo del hombre y el mundo que lo circunda.
La noción de narcisismo entró en la teoría psicoanalítica de la mano de la cuestión de la agresividad. El Estadio del Espejo sirve para eso: da cuenta de la constitución narcisista del Yo y de la tensión agresiva que interviene por ser el yo desde un principio otro, «dualidad interna al sujeto»[‡]. Dice Lacan en su Seminario Las Psicosis, en la clase del 18 de enero de 1956:
Si en toda relación con el otro, incluso erótica, hay un eco de esa relación de exclusión, él o yo, es porque en el plano imaginario el sujeto humano está constituido de tal modo que el otro está siempre a punto de retomar su lugar de dominio en relación a él, en él hay un yo que le es siempre en parte ajeno.
Pero los casos que llegan a El Trampolín son muy graves; son casos en los que no se ha producido el movimiento tanto mítico como axiomático de incorporación del lenguaje propio del primer tiempo de la Identificación al que acabaos de referirnos, coincidente con el narcisismo primario. Y, si se ha producido, al parecer, no se ha podido pasar al segundo momento, es decir, a la Identificación a lo simbólico del otro real, identificación al «rasgo unario», como lo formula Lacan.
El primero es un acto que inaugura un largo y complejo proceso, acto de nominación que es previo a toda relación de objeto; es identificación con el padre que da nombre a las cosas (Seminario RSI, clase 11/3/75). Tal identificación, si bien es necesaria, demuestra no ser suficiente para establecer los ejes fundamentales sobre los que se asume luego la imagen narcisista en el Estadio del Espejo.
La relación del niño con el lenguaje es un eje esencial de análisis en El Trampolín, ya que es la mejor brújula para ir situando el estatuto que el semejante tiene y va adquiriendo para cada caso en el progreso del trabajo. Los niños que concurren a la institución mantienen una relación precaria y muy singular al lenguaje. De hecho, algunos no hablan, y otros que sí lo hacen, usan de él para la estricta función comunicacional. Al despojar al lenguaje de su dimensión metafórica, hablan estableciendo con el otro un lazo aparente (a – a’), haciendo un uso instrumental del lenguaje, nada desdeñable, pero no suficiente.
Hay otra cuestión frecuente en el universo con el que se trabaja en El Trampolín y es oportuno mencionarla. Constatamos estar ante niños que conforman una pareja con uno de sus padres (algunas veces, la madre; otras, el padre), es decir, interviniendo dos personas se localiza solo un sujeto. Pero no pudimos verificar que se tratara estrictamente de casos de folies à deux.
Conviene, entonces, situar nítidamente la materia de nuestra investigación: no es sobre locuras ya estructuradas (paranoias, delirios, alucinaciones) ni sobre infans en proceso de constitución subjetiva. Orientada por la pregunta acerca del estatuto de la agresividad en los actos e impulsos violentos de la población de El Trampolín, nuestra investigación recae en niños que no transitaron, o no lo han hecho aún, la constitución narcisista del Yo
Si convenimos que la tensión agresiva, que puede llegar al límite de la agresión misma, es inherente al proceso de estructuración narcisista del Yo, y a la vez sostenemos que estos niños hallan dificultades tan extremas que no acceden a este nivel o que, si lo hacen, no pueden atravesar el primer estadio, ¿cómo podríamos denominar a los actos violentos de los que son actores y causan daño, dolor y, muchas veces, angustia en los semejantes que lo rodean? ¿Cómo pretender una estructuración narcisista del Yo en estos niños que carecen del vacío que el acto de nominación paterna engendra a la manera de un nido para el alojamiento del futuro sujeto?
Esta violencia no da cuenta de la tensión agresiva propia de la identificación narcisista constitutiva del Yo de estos niños, sino del hecho desgarrador de estar ante niños que ni siquiera están locos, ni siquiera se conducen como animales. Son seres que conviven con nosotros en un estado de tremenda inermidad y desolación (más tremenda cuanta más edad tienen), y que dan testimonio de cómo se puede estar en el mundo sin haber nacido.
Hemos pensado que puede ser necesario y útil diferenciar agresividad de violencia.
Reservaremos para “agresividad” el estatuto que la doctrina psicoanalítica estableció: la tensión inherente a la estructuración yoica, inherente al movimiento de extracción del infan del goce absoluto y silencioso. Desde esta perspectiva la consideramos más vitalizante que mortificadora. No usaremos el término «agresividad» para designar los actos de los niños de El Trampolín, y utilizaremos, en cambio, la palabra «violencia».
Entonces, a la «violencia» —esta fuerza intensa e impetuosa, según versa en los diccionarios— le adjudicamos, desde nuestro universo significante, el valor de una respuesta precaria e ineficaz al sentimiento del más profundo desasimiento simbólico que padecen estos niños. Y no cejamos en el intento de formalizar las causas que la desencadenan, a fin de intervenir oportunamente y hallar su dialéctica en la existencia de cada niño.
A modo de conclusión, sostenemos que nos enfrentamos a las siguientes situaciones:
- Una violencia o tensión agresiva inherente a la gestación de un yo de suplencia, que, hasta que se pruebe lo contrario, en virtud de la eficacia de la experiencia que «ese niño» hace en la institución, le posibilita paralelamente la construcción de una realidad.
Deberemos poder demostrar en qué se diferencia la tensión agresiva «normal» de la «violencia». La primera es concomitante a la constitución narcisista de la que resulta el Yo. La segunda es la tensión agresiva propia de la invención de una suplencia a este error en la estructura, a la manera de un Yo que no se involucra con la imagen narcisista —i’(a)— sino sólo con a porque falta i’; es el yo como objeto sin «galas narcisistas») y que Lacan llama ego de suplencia en la lógica nodal de sus últimos seminarios. Esto explicaría la falta de inhibición, de detención, siempre asociada a lo imaginario del cuerpo.
- Intentos fallidos de una estructuración imposible por no existir el antecedente lógico de la nominación (incorporación del padre que nombra), donde la violencia refleja la ineficacia e impotencia de la significación.
- Verdaderos casos de locuras de dos, que implican periódicas puestas en acto por el niño de una pasión que no le pertenece.
Podríamos aspirar, como objetivo pretencioso del dispositivo de El Trampolín, a convertir esta violencia en agresividad, a que esta fuerza impetuosa e intensa comience a investirse de galas narcisistas, y que algo del orden del semejante se constituya, para que estos niños, dentro de su pobreza de recursos, puedan convivir más pacíficamente con los seres que lo rodean, aunque esto constituya una paradoja.
[†] J. Lacan. «La agresividad en Psicoanálisis», Tésis III. En Escritos II ( pp. 65-87). Mexico, Siglo Veintiuno, 1978
[‡] J. Lacan. Op.cit.
Bibliografía general
Lacan, Jacques:
– «Reuniones 15-18». En Seminario IX de 1961-62. La Identificación. Notas inéditas.
– (1938). La familia. Buenos Aires, Editorial Argonauta, 1978
– (1933). “Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas Papin.” En De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. (pp. 336-346) Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1976
– (1948). «La agresividad en Psicoanálisis». En Escritos II ( pp. 65-87). Mexico, Siglo Veintiuno, 1978
– (1975). «Las fluctuaciones de la libido». En Seminario I. Los escritos técnicos de Freud (pp. 261-276). Buenos Aires, Paidós, 1981.
– Seminario XXII de 1974-75. R.S.I. Notas inéditas.
– (2005). Seminario XXIII. El sinthome. Buenos Aires, Paidós, 2006.
– «Clase 10 (3 de marzo de 1965)». En Seminario XII. Problemas cruciales. Notas inéditas.
– (1976-77). «Las identificaciones (clase del 16 de noviembre de 1976)». En Seminario XXIV. L’insu que sait… Texto establecido por J-A. Miller en Ornicar? Nros. 12 al 18