El pasado es lo único que se puede cambiar.
Durante tres días grises y neblinosos de invierno, en una ciudad junto al río Paraná, sucede un encuentro. Una mujer, hija de un represor de la última Dictadura en Argentina se presenta en el consultorio de un doctor, médico psiquiatra, decidida a aportarle otra versión de un crimen del que él tuvo conocimiento acaecido en los años de plomo.
“–Mañana se cumplen veintinueve años de la muerte de mi hermana, vine para ir al cementerio y espero no pisar más la ciudad –dice ella. –Quiero terminar con este asunto y no sé bien cómo. Si fuimos dos los equivocados, podríamos asociarnos. Tal vez no me recuerde, aunque figuraba en el expediente…”
La provocadora mujer sorprende al profesional en un momento confuso de su vida y logra causar un entusiasmo antiguo.
“…lo imprevisto arrolla sin advertencia. La inquietud que me suscitó la mujer, hasta allí era sólo una señal de fastidio, cedió lugar a un viejo y sincero interés que había dado por perdido. Entonces me esforcé para disimular el asombro. Aún esperaba, y no lo sabía – piensa el doctor.”
El médico descubre en la mujer aristas inusitadas que lo conducen a reflexiones nuevas acerca del pasado y de su propio presente. Cada uno causa una marca indeleble y recíproca en el otro. Ambos perfilan en su subjetividad huellas de la historia reciente del país narradas desde un singular punto de vista.