El Banquete es el primer gran texto sobre el amor, al principio de lo que consideramos nuestra cultura. Es un texto cuyas resonancias han recorrido los siglos, hasta el pensamiento cristiano. Lacan insiste en este punto: el amor cristiano no se puede entender sin algo que proviene de las consideraciones de Platón sobre el amor.
Además, el deseo de Sócrates, del hombre Sócrates, ha tenido una incidencia real en la historia, a lo largo de los siglos y hasta nosotros. Sócrates real (no el mito de Sócrates que construye Platón) fue tan insoportable para la ciudad griega, que lo mataron. Es el primer deseo inédito que genera nuestra cultura y que tiene una incidencia real hasta nosotros. Sócrates fue atópico hasta la muerte, imposible de situar, fuera de lugar. Lacan inventa esa expresión: la atopía de Sócrates.
Lacan fue no sólo un hombre que conoce profundamente la cultura antigua y la cultura cristiana, sino un lector inaudito, sorprendente, insólito. Las lecturas universitarias de los textos filosóficos los desvitaliza, los torna aburridos, por una razón sencilla: no interroga el deseo que está en juego. Y Lacan nos restituye con su lectura la libido que había en El Banquete, nos restituye sus personajes, sus presencias encarnadas de deseantes que llega hasta el escándalo. Nos da el contexto pulsional, libidinal, vital de este diálogo.
El Banquete es una serie de elogios del amor. Un elogio es un ejercicio conceptual, se denomina así al intento de hacer pasar a la formulación para lograr decir la esencia de un ser. Cada uno de los integrantes de El Banquete hace su propio discurso sobre qué es el amor. La lectura de Lacan es estrictamente la opuesta de la lectura clásica o académica.
Antes del discurso de Sócrates (que fue el 6º) hablaron: Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Agatón. Cuando le toca a Sócrates, él habla un poco, e inmediatamente hace a hablar a Diótima, vale decir, reproduce un diálogo que él mismo ha tenido con Diótima sobre el tema del amor. Hace hablar a una mujer en su lugar, y no a cualquier mujer, es algo así como una maga. Después en 7º lugar ingresa Alcibíades.
La tesis clásica es sencilla: se piensa que la verdad sobre el amor está en el discurso de Sócrates-Diótima. ¿Por qué hace hablar a una mujer si él mismo dice que no sabe nada sino algo sobre el amor? Cuando se trata de decir su saber sobre el amor pasa su palabra a una mujer. Diótima hace del amor el amor del bello ideal, es una vía para acercarse a una revelación de lo bello. A través de los bellos jóvenes imberbes lo que se busca es un más allá, el horizonte es el de la belleza en sí misma para acercarse a lo verdadero. Es un discurso idealizante del amor, y los siglos han conservado la idea de que la tesis de Platón sobre el amor era el amor a lo bello.
La lectura de Lacan es exactamente la contraria. El no lee Sócrates con Diótima, sino Diótima con Alcibíades (que ingresa interrumpiendo este discurso). La verdad del discurso de Platon sobre el amor se encuentra cuando Alcibíades ingresa borracho, el hombre de los excesos, del escándalo, él es el que viene a presentificar la otra cara, la cara verdadera, del discurso idealizante de Diótima. Muchos traductores y estudiosos de Platón han llegado en su análisis justo hasta la entrada de Alcibíades, interrumpiéndolo allí por considerarlo insignificante. Lacan hace lo contrario, dice que es justo allí donde se dice lo esencial. De Diótima a Alcibíades pasamos del cielo de las Ideas Griegas a lo que sucede debajo de las sábanas. Sabemos que Alcibíades en El Banquete nos cuenta qué es lo que pasó entre él y Sócrates bajo las sábanas.
Lacan nos dice que el modelo del amor es el de Alcibíades por Sócrates. Por empezar es un amor actual, no tiene nada que ver con el pasado, es un amor en el presente. Y en el presente se produce lo que Lacan denomina la metáfora del amor.
Para entender esto debemos definir lo siguiente: en la Grecia clásica se diferenciaban dos posiciones o papeles diferentes en la relación amorosa de la pareja: erastés y erómenos.
Erómenos designa al amado, es decir, lo que en psicoanálisis llamamos el objeto del amor.
Erastés designaba lo que llamamos “amante” que en francés subraya la ambigüedad entre amor y deseo. Y es apropiada porque Sócrates en su discurso sobre el amor pasa y alterna el uso en griego de la palabra que designa amor a la palabra que designa el deseo. En griego son dos palabras diferentes que el francés las reúne en una sola: “amante”.
Quién es erastés? Es aquél a quien le falta, es el sujeto de la falta, es aquél que, careciendo de algo puede desear ya que es aquél que no tiene. Es un sujeto marcado por una pérdida.
Al contrario, el erómenos, el amado, es el que tiene. Estas son las fórmulas de Lacan verdaderamente sencillas. Uno tiene, el otro no tiene. El erastés desea lo que el erómenos tiene. En El Banquete Alcibíades da la hermosa imagen de los silenos que eran estatuillas de dioses-demonios que contenían algo muy valioso en su interior que los griegos llamaban agálmata o ágalma. Y habla a todos los presente del ágalma de Sócrates. (esto ya nos indica que Alcibíades se ubica en el lugar del amante-deseante y señala a Sócrates como el amado, el que tiene el ágalma)
Lacan agrega que en el lazo del amor no sólo está en juego el tener-no tener, sino también algo que se sitúa en el nivel del no saber. ¿Cuál no saber? El erastés no sabe lo que le falta, y el erómenos tampoco sabe lo que tiene. Hay frases vulgares en nuestra cultura que hablan de esto: ¿qué le vio a ésa?, ¿qué le encontró a ése? O sea, que el amor está habitado por una ignorancia estructural.
Pasemos a la metáfora: cuando se produce la metáfora del amor siempre hay algo completamente inexplicable, casi milagroso. Lacan utiliza una imagen divertida: es como si, cuando uno adelanta su mano en dirección de las flores que quiere tomar, de las flores mismas saliera una mano que se dirigiese en dirección a uno para transformarlo en flores.
Llamamos metáfora a una operación lingüística de sustitución: un término sustituye a otro, uno va por otro. En lo que Lacan llama la metáfora del amor: el erastés sustituye al erómenos. Donde había amado ocupa su lugar la nueva posición, el amante. El amado pasa a ser amante.
Esto sucede en dos tiempos: el sujeto de la falta –amante- se dirige al amado, al que tiene, en un primer tiempo. La metáfora –sustitución- se produce en el amado que se transforma en erastés, amante. El objeto se transforma en sujeto. Y qué pasa del lado del otro sujeto, del que era erastés en el primer movimiento? El sujeto de la falta que tenía frente a sí su objeto amado, encuentra que éste ha cambiado, encuentra en vez de un objeto amado un sujeto amante-deseante, otro erastés, entonces este primer sujeto deseante se transforma a su vez él mismo en amado.
Pero ¿cómo puede ocurrir que dónde había plenitud, un ser que tenía, plenitud del erómenos tenga lugar el efecto de deseo, se produzca una falta? De eso se trata lo mágico del amor, lo milagroso: dónde había amado que emerja un deseante.
“El amor es siempre recíproco”, es una frase enigmática si no se la entiende con la idea del efecto de la metáfora del amor. En el primer tiempo de la metáfora empezamos con un amor no recíproco, con una disparidad: uno tiene, el otro no tiene. Pero cuando la metáfora del amor se produce, en el segundo tiempo, se restablece algo que podría llamarse una “especularidad” de la relación amorosa, y no es por nada que los enamorados se la pasan mirándose a los ojos. Y viene a cuento nuevamente el ejemplo de las flores que extienden su mano…
¿Qué quería Alcibíades? Pide a Sócrates una manifestación de su deseo, quería asegurarse del ágalma, de que el objeto agalmático estaba a su disposición. Quería hacer caer a Sócrates de la posición deseante en la posición de objeto amado a su merced. (podemos decir que intentaba producir amor empezando por el final. Comenzando por el 2º tiempo salteando el primero).
Sócrates se niega como erómenos: no consiente insatisfacer la exigencia de Alcibíades, a Sócrates el amor de Alcibíades lo deja indiferente, frío. Porque no cree en su propia ágalma, no está sujeto a la cautivación del amor. Pero, ¿por qué?
Es lo que Sócrates sabe (recordemos que hablábamos de cierta ignorancia indispensable en el amor). Rehusa la metáfora del amor porque sabe algo sobre su propio ágalma. Sabe que él no contiene ningún objeto que valga la pena en su interior, no es nada sino un vacío en su interior. No sólo no contiene ningún objeto en su interior, sino que contiene vacío. Él se identifica con puro vacío, vale decir, es puro erastés, es el vacío del puro sujeto de deseo, este es el saber de Sócrates.
Y este saber explica su rechazo de la cautivación del amor.
Para producirse el milagro del amor, el erómenos aunque no sepa qué es lo que tiene que lo hace amable para el erastés, cree (porque no sabe, cree) que algo tiene. Acepta, admite esa creencia ignorante del otro y tan es así que en su militancia amorosa sale a buscar en la reciprocidad lo que el otro que dice no tener erastés, seguramente tiene. Y se invierten recíprocamente las posiciones.
Es un ajustado resumen guiado por la lectura que hizo Colette Soler (psicoanalista francesa contemporánea y discípula de J. Lacan) del Seminario La transferencia de Lacan, en el cual él se dedica a analizar el texto de Platon para dar cuenta del amor en la relación analista-analizante.
Vale la pena, de verdad, ir al texto de Platon y poner a prueba esta ingeniosa e ilustrada lectura que ha hecho Jacques Lacan del antiguo texto griego.
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